



Me gusta este día. Es mi santo, y además hoy mi abuelo hubiera cumplido cien años. Permanece en mi recuerdo inalterable y, por lo tanto, el post de hoy va directo al cielo.
Mi abuelo, ¡qué bonito poder decir "mi abuelo"!. Se fue cuando yo aún no habia tomado conciencia de lo importante que es tener un abuelo en la vida.
Recuerdo llegar al pueblo y salir corriendo a darle un beso.
Siempre estaba sentado con Tío Dionisio, en la Capellania, contando chistes a sus amigos.
El chatito de vino a la hora de comer.
Me viene a la memoria su sentido del humor, exquisito, divertido, excelente.
Su miedo a morir ahogado porque fumó mucho de joven, me dejó en herencia la lección bien aprendida para que no cometiera el mismo error cuando fuera mayor. Seguí sus consejos a rajatabla.
Recuerdo que mis primas y yo, siempre queríamos ver como le pinchaba el doctor y nuestras madres no nos dejaban, eso hacía que nuestra curiosidad aumentara, cosa que mi abuelo no ignoraba, así que les dijo: "¡Dejarlas que me vean el culo, hombre, que es lo que quieren!", no le faltaba razón, sabía muy bien por donde iban los tiros de nuestra curiosidad infantil.
Escribía con una letra preciosa.
Sabía estar.
Nos recalcaba que cuando muriera nos vistieramos todos de rosa e hiciéramos una fiesta en su honor. Con mucha comida y bebida.
Se pasaba las noches cuchicheando con mi abuela. Hablaban sin parar hasta muy tarde y desde bien temprano, no tengo ni idea de cuando dormían. Siempre me viene a la mente ese susurro, esa charreta nocturna que tenían.
Tenía un gato igual que Colás. Mi abuela le reñía si le daba de comer mientras estábamos sentados en la mesa, y él cuando ella se daba la vuelta, me guiñaba el ojo y le daba su ración al gatito pidiéndome que guardara silencio. Cuando murió, el gato lloraba junto a su cuerpo sin separarse de él, conocedor de que perdía a un fiel amigo.
Mi abuelo, era un hombre que impresionaba, por sus maneras. Lo recuerdo alto, con su sombrero negro, imponente, especial.
En el pueblo, en este último viaje, me contaron que la gente aún recuerda su entierro, de tantas personas como fueron a despedirle, se perdía la vista en lo alto de la cuesta porque se acercaron muchos de los pueblos de alrededor, era muy querido, bien conocido y dejó huella en muchos corazones.
Mi abuelo me enseñó sin él saberlo una gran lección de vida. Su muerte me hizo comprender muchas cosas y siempre creo que hubo un antes y un después. Como se fue cuando yo era todavía muy niña, sentí que no lo habia estrujado suficiente, que debería haberle conocido mejor, disfrutarlo más, que mis recuerdos andaban limitados y todo eso originó la relación especial que mantuve después con mis abuelas, especialmente con su mujer de la que os hablaré otro día, con la que pasé mucho tiempo, muchas horas, y con la que escribí un libro muy interesante de refranes, canciones y poesías populares que se sabía de memoria. Un libro sobre ella que estoy a punto de dar por finalizado y que será un sueño hecho realidad.
Así que con este post aprovecho para recordar a los nietos que todavía tienen cerca a sus abuelos, lo privilegiados que son, que los disfruten, que los quieran, que les escuchen y que los estrujen.
Mi abuelo se llamaba Fernando.
Para ti, abuelo, una pieza importante de mi puzzle.